Pedro acude a un barrio de chabolas del norte de Madrid en busca de más ratas para continuar con su investigación. Una noche, al volver de borrachera con su amigo Matías, y después de haberse acostado con la nieta de la dueña de la pensión donde se aloja, tiene que regresar al arrabal a atender a Florita, la hija del Muecas, que muere a causa de la hemorragia que le ha provocado un aborto ilegal. A los pocos días, Pedro es encarcelado, acusado de haber practicado la operación y de haber matado a la muchacha, y no saldrá de la cárcel hasta que la madre de la chica confiese que él no tiene ninguna responsabilidad en el asunto. Pero no piensa lo mismo Cartucho, el pretendiente de la joven, que piensa que fue el médico quien la dejó embarazada y que no parará hasta vengarse de él matando a su novia, Dorita, la chica de la pensión, la misma noche que celebraban su compromiso. Tan solo como llegó, Pedro se vuelve a la meseta a ejercer la medicina en un pueblo castellano de mala muerte.
«Pero mejor esto de ahora en que -efectivamente- no se grita, sino que ni siquiera se siente dolor y por tanto no se puede servir de faro acústico a los incautos navegantes. Pero ahora no, estamos en el tiempo de la anestesia, estamos en el tiempo en que las cosas hacen poco ruido. La bomba no mata con el ruido sino con la radiación alfa que es (en sí) silenciosa [...]. Pero yo, ya, total, para qué. Es un tiempo de silencio. La mejor máquina eficaz es la que no hace ruido. Este tren hace ruido [...]. Por aquí abajo nos arrastramos y nos vamos yendo hacia el sitio donde tenemos que ponernos silenciosamente a esperar silenciosamente que los años vayan pasando y que silenciosamente nos vayamos hacia donde se van todas las florecillas del mundo» (p. 283)