A los setenta años Eloy Núñez recibe el cese de su trabajo en la sección de basuras del ayuntamiento. Con la medalla y la ceremonia que le rinde el Consistorio el jubilado comienza entonces un largo recorrido personal en que, a la vez que recuerda, examina el pasado y a los seres que le han acompañado. Bien pocos le han proporcionado lo que él más anhela: calor, una mezcla de afecto, comprensión y compañía que acaba encontrando en Desi, la burda muchacha de pueblo que sirve en su casa desde hace dos años.
«...A mí me ha salido la hoja roja en el librillo de papel de fumar, eso es.
Había en sus pupilas estremecidas un trasfondo de complacencia. Añadió con un hilo de voz:
-Quedan cinco hojas.
Se dejó arrastrar por Gil, que le había tomado de un brazo. [...]
-Bobadas. Hoy un hombre a los setenta no es un viejo, métaselo en la cabeza, don Eloy. La ley dijo setenta como pudo decir noventa. El retiro es un premio. [...] Usted ahora podrá dedicar su tiempo a lo que le plazca; a sacar fotografías, por ejemplo.
[...]
-Quedan cinco hojas, Gil, convénzase.» (pp. 21-22)
«Hubo un silencio durante el cual se oyó, con breves intermitencias, el gotear del grifo en la pila. Al fin el viejo se arrancó y su voz brotaba como un chorro delgado pero firme y empezó a decir que los hombres creyeron que con meter el calor en un tubo habían resuelto el problema y en realidad no hicieron sino crearlo porque era inconcebible un fuego sin humo y de esta manera la comunidad se había roto.» (pp. 247-248)